El Limón, Tamaulipas.- Salpicada de envidias La fe, ciega, ya dura años.
Aquel mediodía del ocho de septiembre de 1982, un grupo de estudiantes jugaban en las canchas de la preparatoria Aquiles Serdán, como acostumbraban hacerlo todos los días.
Era una escuela incorporada a la Universidad de Tamaulipas, manejada por un patronato civil.
Incidentalmente los muchachos arrojaron el balón hacia una de las paredes de la escuela, cuyo edificio está ubicado frente a la carretera Llera-Mante.
Tras el balón corrió el joven Juan Quintero Guzmán, oriundo de esta comunidad y estudiante preparatoriano en ese entonces.
Apenas acababa de recuperar el balón para tirarlo a sus compañeros, cuando escuchó una voz que le dijo: ¡No me peguen!.
Quintero reaccionó pero no encontró a ninguna persona a su alrededor y menos una mujer, porque la voz que había escuchado era femenina.
Volteó para todos lados pero no obtuvo respuesta a sus interrogantes.
De inusitado vio hacia uno de los cristales del ventanal y pudo observar claramente la imagen de la Virgen de Guadalupe.
En ese momento, se dio cuenta, había hecho su aparición la Guadalupana y había pedido a los jóvenes que no la golpearan con su balón.
La noticia corrió como reguero de pólvora por este y los lugares vecinos. Vinieron personas de Mante y los religiosos “comprobaron” lo descubierto.
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Casi todos los conductores de automóviles y transportes de la ruta se detenían a ver la aparición de la virgen sobre el cristal de la ventana.
Para la tarde del ocho de septiembre, aquello era un hervidero de gente que comenzó a encender veladoras y velas, a ofrecer incienso y oraciones, a admirar a la Guadalupana.
Meses después los remolinos de gente seguían igual, dejaban limosnas millonarias y cooperaciones para ella y sugerían la construcción de un templo. El movimiento era día y noche.
EL PLEITO POR EL DINERO… APEDREAN EL VIDRIO
Ha sido tanto el dinero pasado por el lugar, desde esos años, pero la capilla nunca llegó a feliz término..
Sin embargo se presentaron pleitos por la recolección de las “limosnas”. Se ha dado el caso que hay dos representantes o “gerentes”.
Luego de la “aparición” la gente se comenzó a preguntar qué hacer con el vidrio donde estaba la figura milagrosa.
El ejido se dividió. Unos querían llevar el cristal a la capilla del pueblo para adorarla, y otros que se quedara donde apareció para construirle un templo con las aportaciones de los visitantes.
Ganaron los últimos, pero su labor no dejó satisfechos a los otros.
Arrancaron el cristal con todo y base de la ventana e instalaron un altar para rendirle culto, encenderle cera, depositar los agradecimientos por “milagros” concedidos.
Pero en lugar de construir un templo, los responsables del ejido se dedicaron a instalar una cancha deportiva, lo que disgustó bastante al grupo contrario.
Tanta fue la división, que un día el cristal amaneció con una pedrada que, afortunadamente, no lo destruyó por completo. Le causó un hoyo y desprendimientos, pero con paciencia las partes fueron unidas nuevamente como siguen en la actualidad.
Los vecinos recuerdan que la pedrada se la dieron en la noche y cuando hacía bastante frío, en invierno.
Y ahí está el cristal roto como recuerdo de las ventajas y envidias sobre los beneficios económicos.
LOS MILAGRITOS
Pasado el tiempo, la gente de la región dejó de venir, de tal forma que no se juntaba dinero.
Los grupos comenzaron a acusarse mutuamente sobre la “desaparición” del dinero que dejaban los seguidores de la virgen.
De todas maneras algunos automovilistas se paran a admirar el vidrio roto.
Bueno, en verdad no se aprecia casi nada.
Algunos dejan dinero, otros no.
La alcancía, dicen los encargados, dura días sin dinero.
Hasta un cura fue enviado desde Loma Alta para que oficiara y atendiera asuntos de la capilla, pero también se echó un pecadito a la bolsa y ya no regresó.
Por lo general es el 12 de diciembre, día de la Guadalupana, o bien en septiembre, cuando aquí se dan cita los fieles.
Lo cierto es que hay fe y perdura desde 1982.
Dentro del templo, en un cuarto especial, se guarda la historia de la aparición.
Allí está la fotografía del joven Juan Quintero Guzmán, el primero que se dio cuenta de la aparición.
Son cientos de “milagros” metálicos que la gente ha ido a depositar. Llegan a tantos que no caben en el altar, por eso los recogen y les dan otro destino en una bodega.
Otros están en botellones de cristal. No los quieren tirar. Es la gente que va y los deposita en agradecimiento.
Casi todas las fotografías llevan una leyenda, nombre y el lugar de procedencia de cada quien.
Es la fe del pueblo mexicano.