Revocación del mandato
Lic. francisco Javier Álvarez de la fuente
En México el tema adquiere hoy especial relevancia. Se hace evidente que una democracia basada exclusivamente en el ejercicio electoral de cada tres y seis años, altamente influida por los medios de comunicación masiva y cargada de promesas mentirosas y de omisiones dolosas, no cumple con el objetivo de constituir un gobierno del pueblo para el pueblo.
No existe relación entre el discurso de campaña electoral y el ejercicio de gobierno. La posibilidad de la revocación del mandato tendrá que obligar al cumplimiento de lo ofrecido. El país está en proceso de destrucción acelerada que es preciso detener por la vía democrática.
Entiendo perfectamente el malestar de amplios sectores sociales con los partidos políticos. Ofrecen poco y lo que prometen no lo cumplen, ni las organizaciones ni sus candidatos una vez instalados en la esfera del poder o del podercito que les dieron los votos o los fraudes electorales.
Sin embargo, considero que la culpa no es de nuestro sistema de partidos, sino del orden jurídico y de la cultura política dominante e inercial.
Algo que convendría recordar, tanto para los ciudadanos sin partido como para los afiliados a cualquiera de ellos, es que los partidos políticos son lo que son porque sus dirigentes no tienen suficientes contrapesos.
Desde principios del siglo XX Robert Michels, en su libro Los partidos políticos, sugirió que la democracia conducía a la oligarquía, ya que por lo general contiene un núcleo oligárquico. Nada ha cambiado a partir de entonces.
Desde el momento en que los miembros de una organización eligen una dirección para que haga el trabajo que normalmente no hacen los ciudadanos comunes, están sentando las bases de una oligarquía.
En éstos lo más que puede cambiar, de una elección a otra, es que el gobernante sea buena gente, honrado, democrático, inteligente y otros atributos, o lo contrario.
Pero bueno o malo, para decirlo simplemente, el gobernante formará parte de una estructura de poder que no comparte la mayoría de la población ni podría compartirla en las sociedades modernas con millones de habitantes.
Así funciona la democracia, aquí y en China, con las diferencias propias de cada lugar, y en general se trata de democracias de elites y difícilmente podrían ser distintas salvo en comunidades pequeñas y, por lo común, por poco tiempo.
Dependerá de las bases de la organización que la dirigencia sea democrática o no. Es un problema de presión que, acompañada de derechos tales como el principio de revocación del mandato, el referendo o el plebiscito, será más efectiva que si estos derechos no existen.
Por esto resulta importante conquistar estos derechos y en México, lamentablemente, no se ha insistido en ellos con suficiente energía.
¿Cómo lograr que los dirigentes de un municipio, estado o país atiendan a las demandas populares sin la existencia del derecho a revocarles el mandato? Casi imposible. En nuestro sistema el único recurso con el que contamos es el voto cada tres o seis años, dependiendo del tipo de elección, y mientras tanto tenemos que aguantar al gobernante, al diputado o al dirigente de un partido. Esto es lo que debemos cambiar y no sólo demostrarles muy indirectamente que no los queremos, cosa que a las oligarquías les tiene sin cuidado.
El único antídoto (nunca permanente) a la ley de las oligarquías de Michels es la revocación del mandato. Si este derecho existiera y fuera posible ejercerlo con relativa facilidad, los grupos oligárquicos, en los partidos o en las instituciones del Estado, se cuidarían de darle la espalda al pueblo.
Si, además, el pueblo se organizara para precisar demandas colectivas de bien común y constituyera una red suficiente para convertirse en movimiento en determinados momentos, mejor aún, y para un día no muy lejano o podamos ver… ¡Aquí estamos!