Cd. Valles, S. L. P.- Es la naturaleza extrema del corazón de la huasteca potosina: Sierra, pájaros y animales, vegetación exuberante y cascadas y corrientes de agua dulce, fría y templada.
Un pedazo de historia viviente de cómo eran las selvas hace miles de años, cuando la mano del hombre no había intervenido en el desarrollo armonioso de los ecosistemas.
Carmelo Márquez, lanchero y guía, no se equivoca, lo dice con orgullo.
-Es el único río no contaminado que tenemos en México.
Se jacta y mira a su alrededor: Ninguna lata ni plásticos, ni llantas ni papel, y menos motores de combustión interna. Están prohibidos hoy y para siempre, “no queremos la contaminación”.
En las cascadas de “Tamul” no se permite la llegada y menos la circulación de lanchas de motor, ni oficiales ni de los cooperativistas que hacen el servicio de transportación, y menos de los particulares.
-Tienes que remar en canoa, dice.
Tal vez por eso “la naturaleza hasta el éxtasis” se ha conservado a lo largo de 25 años de servicios, con la presencia de miles de visitantes durante el año.
Llegar a las cascadas es fácil: Se toma la ruta de Ciudad Valles a Río Verde; a 32 kilómetros, en el poblado El Sáuz, hay un ramal que toma hasta el ejido Tanchachín, de diez kilómetros, donde termina el pavimento.
Se cruza el río Tampaón y, a cuatro y medio kilómetros se dejan los vehículos.
Sigue una caminada aproximada de los mil metros, y ahí está el atracadero de los botes, o lanchas de remos que lo llevarán a usted hasta las cascadas río arriba.
La caída de agua es de 105 metros, y es la unión de dos ríos: El Gallinas, que cae sobre el Santa María, y de la fusión nace el Tampaón, cuyas aguas finalmente llegarán hasta el Pánuco y se perderán en el Golfo de México.
Llegar en lancha es hacer la ruta por el cañón, el cajón del río. La otra es por arriba, donde empieza la caída del Gallinas, y se parte desde el poblado El Naranjito, en el mismo municipio de Aquismón.
En tiempo de lluvias, el ancho de la cascada llega a medir hasta los 300 metros. En el estiaje es menor pero, aunque al Gallinas se le extrae agua para riego, la caída jamás se ha secado.
Tamul significa en lengua teenek “lugar de cántaros”, de cantaros de agua en
la naturaleza indómita, tan indómita que tiene en su haber varias vidas humanas, sobre todo de aquellos visitantes que no toman precauciones, o de los exploradores y aventureros sobre la cavernas que dominan el cauce.
LA LUCHA POR LA NATURALEZA
“Hemos luchado por conservar esto; no queremos que llegue la destrucción”, comenta Carmelo, quien es el presidente del Consejo de Desarrollo Turístico de Tanchachín, y en no pocas ocasiones se ha puesto “al tú por tú” con el Gobernador Marcelo de los Santos Fraga, porque este, acusan los lugareños, es el dueño de un hotel de lujo construido en plena sierra, y no respeta la naturaleza.
El hotel es tan exclusivo que no se permite siquiera que algún visitante se acerque, a pié o en vehículos.
Los clientes llegan contratados por agencias de viajes ubicadas en ciudades de México y Estados Unidos, y por lo general lo hacen en helicóptero.
Al principio se decía que las instalaciones (cabañas) eran propiedad del empresario guanajuatense Juan José Torres Landa, “pero aquí vemos seguido que llegan las hijas de Marcelo en helicóptero”, indica Carmelo.
La cuota sería de 350 dólares por persona por noche.
Uno de los principales enfrentamientos que ha tenido el ejido con las autoridades, fue precisamente porque los dueños del hotel pretendían construir un túnel para pasear a sus clientes. Les había dado permiso la presidencia municipal de Aquismón.
Ese túnel cruzaría precisamente por la parte de atrás de la cascada, para que los visitantes tomaran sus fotografías desde el lado oriente, y habría sido la destrucción ecológica de la zona por la detonación de dinamita y presencia de maquinaria pesada.
Los cooperativistas se han organizado debidamente, 80 son del ejido Tanchachín y 30 de La Morena. Tienen su registro y autorización de la Secretaria de Turismo del gobierno federal.
Ellos mismos no han permitido que se utilice tecnología en al condicionamiento de las instalaciones, ni siquiera una grada de cemento o varilla.
Los reglamentos prohíben estrictamente tirar basura a orillas del cauce, sobre los alrededores o en las pozas. Tampoco se permite tomar bebidas embriagantes en el trayecto.
Si alguien lleva refrescos y agua, debe resguardar su basura.
El costo por el servicio, por lancha, es de 500 pesos, y pueden viajar hasta seis o siete personas. En otras embarcaciones mayores, de hasta 12 pasajeros, se cobra más.
UN ALTO EN “LA CUEVA DEL AGUA”
El viaje en canoa dura aproximadamente tres horas y media, o hasta cuatro. Comienza en el atracadero, cuando los lancheros giran instrucciones para distribuir el peso de los pasajeros.
En todo momento es obligatorio el uso de chalecos salvavidas.
Río arriba, la distancia es de tres y medio kilómetros que se hace hasta en hora y media, según la colaboración que le preste el público al lanchero, la ayuda con remos adicionales.
Carmelo va dando cuenta de la profundidad.
-Aquí hay como 12 metros…Acá son 20!
-¿Los han medido?
-Claro que sí!, yo aquí nací, aquí me crié, aquí venía a pescar con mi padre.
Más allá, sobre una formación rocosa, hay una placa, un difunto, un epitafio.
-¿Quién fue?
-Un compañero que estaba mal de sus facultades. Aquí se nos fue.
El calor está por encima de los 45 grados, y es entonces que el guía se detiene para surtir agua de uno de los veneros. Agua cristalina, fresca, fría, delgada, agradable.
Botes van y vienen, y a lo lejos la hermosura de la caída del agua, cuyas imágenes le dan la vuelta al mundo, tomadas ya en helicópteros o avionetas, por mexicanos y extranjeros.
Pasajeros y conductores hacen “cola” sobre una roca firma, ahí enfrente de la cascada, al oriente.
En cada “turno” se toman las fotografías del recuerdo, las grabaciones de televisión. Otros se adentran más allá, nadan sobre esos presuntos 20 metros de profundidad auxiliados por sus chalecos.
Está la advertencia de no acercarse a la caída; han muerto varias personas de diversas nacionalidades.
El regreso sobre “los chorros” de agua fría, otro venero que nace y llega al cauce y se va y se pierde.
Y los pájaros, las calandrias que hacen sus largos nidos; las colmenas también con sus panales, y los tejones que suben sobre los árboles.
Y el alto más interesante: “La Cueva del Agua”, maravillosa y terriblemente excitante.
Es una cueva de alrededor de 20 metros de altura, en cuyo interior hay una poza de aguas cristalinas con un diámetro de otros 30 metros y 40 de profundidad.
El alto es de media hora para nadar sobre esa corriente fría, casi helada que más tarde también se pierde sobre el Tampaón.
Cuatro horas después de iniciada, la aventura ha concluido sin incidentes.
-Gracias a Dios nadie se me ha ahogado –retoma Carmelo Márquez, el líder y jefe de lancheros de Tanchachín.