Cd. Victoria, Tamaulipas.- Personaje urbano de la capital, Marcelino Cervantes González, mejor conocido como El Mache (El Chaparro para otros), dejó de existir.
Dedicado al oficio de vender periódicos –aunque fueran ediciones atrasadas- fue conocido, amigo o “muy amigo” de los periodistas locales. Les vendía sus ejemplares de hebdomadarios o “religiosos” y le dejaban para su dosis de caguamas.
Dicen que falleció “como él quería”, alegre y dentro de una cantina, o sea “en su estado natural”.
Convertido ya en clásico de la mancha urbana, la noticia corrió como reguero de pólvora, la tomaron los portales y periódicos y se convirtió en la noticia más leída del momento (incluso más que las notas políticas).
En la primavera del 2008, Marcelino fue invitado a darle una “volanteada” al alcalde de El Mante, Héctor López González, por cuentas pendientes que tenía.
Como a las diez de la mañana, el chaparro (enano) se arrancó sobre la plaza principal repartiendo a diestra y siniestra ejemplares del semanario. Los iba a regalar, los estaba regalando frente al edificio del ayuntamiento.
Los hechos llegaron a conocimiento al alcalde López González, quien ordenó la inmediata aprehensión de Mache para evitar que las noticias siguieran circulando.
Fue “levantado” por los cuicos municipales frente al café Mante con todo y el resto de periódicos que traía.
Se hallaba con el colega José Luis Avila Hinojosa, pero este nada pudo hacer.
-¡No dejes que me lleven! –gritaba asustado el chaparro mientras resistía una terrible insuficiencia alcohólica.
Los policías no accedieron. Llevaban instrucciones del alcalde de quitarlo de circulación, aunque con ello atentara en contra de todas las garantías individuales y derechos humanos de las personas.
De inmediato exigimos al “Chino” Velasco –secretario de López- la liberación del voceador y que lo regresaran del mismo lugar en que lo habían jalado los preventivos.
-No se quién lo haya mandado detener –repetía Velasco en plan de «inocencia», sonriendo y mirando hacia el cielo.
De todas maneras accedió, habló con los jefes policíacos y, bajo la promesa que no habría más “volanteo”, ordenó la liberación de El Mache.
No había alcanzado a “probar” las mazmorras de la urbe cañera. Las patrullas estaban por llegar a la delegación cuando fue regresado al café Mante sin un rasguño, pero tampoco con su gorra porque se la habían robado los policías en un abrir y cerrar de ojos.
El chaparro volvió alegre y hasta la cruda le había amainado.
¿Qué contenían aquellos ejemplares? Bueno, esa es una historia ya publicitada en su tiempo. Solo recordaremos que hablaba de un amorío del alcalde que le “tronó” precisamente en sus oficinas del edificio de presidencia.
Entre ida y regreso a la cañera Marcelino fue contando que vivía con una hermana en la colonia en la Horacio Terán, que tenía una pequeña hija a la que mandaba leche cada semana y amaba profundamente. Se emocionaba cuando lo decía.
Ya en ciudad Victoria Mache cobró sus servicios y, pese a la advertencia de que ahorrara, se metió a una casa non santa y disfrutó de los líquidos ambarinos con alcohol y la compañía de mujeres de fácil acceso.
Fue invitado a que guardara como secreto aquella aventura, pero el lunes siguiente medio Palacio de Gobierno estaba enterado.
El se “estacionaba” precisamente en la plaza Juárez donde, como pedigúeño, seleccionaba a sus “clientes”, funcionarios o alcaldes rurales, y más tarde repartía periódicos en algún crucero, ya en 17 Juárez, 17 Matamoros o 16 y Mina.
La muerte de Marcelino acaparó más la atención de las redes y visitantes de portales noticiosos que muchos políticos, o que todos los políticos juntos.
Se fue a corta edad. Unos dicen que 52, otros que 45.