¡Este es el Cordero de Dios…!
Lic. Francisco Javier Álvarez de la Fuente
¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo! (Jn 1,29).
Con ésta palabras en el evangelio de San Juan, el domingo pasado, Juan el Bautista da su testimonio sobre Jesús, puesto que ve en él las características del Siervo del Señor.
El verbo que viene traducido con “quitar”, significa literalmente “levantar”, “tomar sobre sí”. Jesús ha venido al mundo con una misión precisa: liberarlo de la esclavitud del pecado, cargándose las culpas de la humanidad. ¿De qué manera? Amando. No hay otro modo de vencer el mal y el pecado que con el amor que empuja al don de la propia vida por los demás.
En el testimonio de Juan el Bautista, Jesús tiene las características del Siervo del Señor, que “soportó nuestros sufrimientos, y aguantó nuestros dolores” (Is 53,4), hasta morir sobre la cruz. Él es el verdadero cordero pascual, que se sumerge en el rio de nuestro pecado, para purificarnos.
El Bautista ve ante sí a un hombre que se pone en fila con los pecadores para hacerse bautizar, si bien no teniendo necesidad. Un hombre que Dios ha enviado al mundo como cordero inmolado.
En el Nuevo Testamento la palabra “cordero” se repite varias veces y siempre en referencia a Jesús. Esta imagen del cordero podría sorprender; de hecho, es un animal que no se caracteriza ciertamente por su fuerza y robustez y se carga un peso tan oprimente.
La enorme masa del mal viene quitada y llevada por una creatura débil y frágil, símbolo de obediencia, docilidad y de amor indefenso, que llega hasta el sacrificio de sí misma. El cordero no es dominador, sino dócil; no es agresivo, sino pacifico; no muestra las garras o los dientes frente a cualquier ataque, sino soporta y es remisivo. ¡Y así es Jesús! Así es Jesús: como un cordero.
¿Qué cosa significa para la Iglesia, para nosotros que somos la iglesia, hoy, ser discípulos de Jesús Cordero de Dios? Significa poner en el lugar de la malicia la inocencia, en el lugar de la fuerza el amor, en el lugar de la soberbia la humildad, en el lugar del prestigio el servicio.
Es un buen trabajo, nosotros, los cristianos, debemos hacer esto: poner en lugar de la malicia la inocencia, en el lugar de la fuerza el amor, en el lugar de la soberbia la humildad, en el lugar del prestigio el servicio.
Ser discípulos del Cordero significa no vivir como una “ciudadela asediada”, sino como una ciudad colocada sobre el monte, abierta, acogedora y solidaria. Quiere decir no asumir actitudes de cerrazón, sino proponer el Evangelio a todos, testimoniando con nuestra vida que seguir a Jesús nos hace más libres y más alegres.
El cordero es la victima habitual de los sacrificios expiatorios de los judíos.
Quien ha tenido la dicha, la gracia, de haber recibido el bautizo, recibió también, allí mismo, el don del profetismo.
Así, todo bautizado participa de la realeza, del sacerdocio y de la misión profética de Cristo. Todo bautizado ha de dar testimonio y eso es profetizar. Ha de ser luz de las naciones, como le manda el señor a Isaías.
Ahora son los bautizados los profetas del siglo XXI; profetismo bueno en la práctica y mejor y más eficaz con los hechos en la vida cotidiana.
El verdadero testimonio es un corazón abierto. El primer efecto del amor es la entrega, y saber que cuesta mucho ser fiel, porque el bien siempre está cuesta arriba y ella, en cambio, resbala en suave pendiente hacia el llano o hacia el abismo.
Todo cristiano debe anunciar, mostrar al mundo a Cristo, el cordero que con su sangre redentora quita el pecado del mundo.
Por ello todos los cristianos católicos debemos ser como el Bautista que da su testimonio sobre Jesús un hombre que Dios ha enviado al mundo como cordero inmolado y para hacer lo propio… ¡Aquí estamos!