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Cuestión pública

19 noviembre, 2013
in Editoriales
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Luis Lauro Carrillo.

La revolución inacabada.

La ruptura o cambio total violento de las estructuras políticas, sociales, jurídicas y económicas de un Estado, materializado en el rompimiento de la  relación mando-obediencia, expresada como forma política de dominación y subordinación, se conoce como revolución.

Viene a colación lo anterior por la conmemoración del 20 de noviembre, del 103 aniversario de la Revolución Mexicana, movimiento armado llevado por la fuerza de los campesinos pero de contenido ideológico burgués, cuyo objetivo central era la democratización del país y accesoriamente la reivindicación de algunos derechos del campesinado y del proletariado.

De ahí que se debiera reflexionar o a hacer una reevaluación histórica sobre lo que ha significado los más de 100 años de vida nacional despues de iniciado el movimiento  revolucionario de 1910, para determinar si se alcanzaron los objetivos de transformar el sistema político, económico y social de México, en vez de festejar con desfiles castrenses, deportivos, charros y discursos huecos.

Conviene apuntar que como consecuencia de ese movimiento social nació el estado revolucionario que no era socialista, ni fascista, ni liberal. Ese régimen en los hechos era pragmático: no se oponía a las elecciones, pero no derivaba de ellas su legitimidad, era nacionalista, capitalista, anticlerical y populista.

Ante todo vemos una Constitución donde se abraza por igual al individualismo, la economía mixta, el corporativismo sindical, campesino y empresarial, con un partido de estado cuya existencia se explicaba porque como vencedores de la revolución no existía otra posibilidad.

Cabe señalar que las propuestas sociales acreditadas a la Revolución Mexicana derivaron en programas asistencialistas de control de las masas a cambio de subsidios. Los campesinos que aportaron el total de las tropas a la revolución están hoy peor que nunca, a pesar de  los gobiernos postrevolucionarios y conservadores que se han venido sucediendo.

Es importante destacar que México no llegó a la democracia plena, tampoco alcanzó una justicia social que redujera la desigualdad socioeconómica de las clases marginadas, ni por arriba de los países que no tuvieron revolución y el nacionalismo derivó en folclore.

Como podrá verse, de los logros revolucionarios destacan el reparto agrario, una ejemplar política exterior, un proyecto educativo y una economía fuerte que conformaron a una solida clase media ahora empobrecida. México se transformó y creció, pero no mejoró, por el contrario se incrementó la desigualdad social.

Tengamos presente que los mejores años post revolucionarios fueron los llamados del Desarrollo Estabilizador, en las décadas de los sesenta y los setenta, en que se dio una relativa autonomía política, un significativo crecimiento económico y suficiente producción alimentaria.

He ahí, al finalizar el gobierno de Lázaro Cárdenas también concluyo el objetivo  de hacer de México  una sociedad sin desigualdades sociales y económicas por la vía de la justicia social. Sin una autentica democracia política, sin cambio social que reivindicara a los marginados  al proyecto nacional, el respeto a la ley también resultó imposible de cumplir.

Está visto que la pesadilla económica del país inicio con la implantación del neoliberalismo a partir de Miguel de la Madrid pasando por Felipe Calderón y continuado por Enrique  Peña Nieto, conocido como “estancamiento estabilizador”, política económica que, ha sumido a México en la debacle, dictada por el Consenso de Washington, Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo y la OCDE.

Por otro lado el autoritarismo gubernamental de los regímenes revolucionarios conto con el apoyo y aceptación de la mayor parte de la sociedad mexicana. Esa legitimidad de los gobiernos posrevolucionarios provino, no del cumplimiento de las promesas originales, sino de su capacidad  para sostener el crecimiento de la economía.

Así pues, la revolución contribuyó a formar el México contemporáneo, redistribuyo la riqueza a través de la repartición de la  tierra, con lo cual mejoraron las condiciones de vida del  campesinado, que constituía el 85% de la población, situación que se revirtió en el salinato con el desmantelamiento del ejido por la vía de la privatización.

En ese tenor el grupo tecnocrático terminó borrando literalmente el concepto de Revolución Mexicana de los documentos básicos del PRI, de la retórica del discurso político y el último clavo a la cruz lo fue cuando se reformaron los cuatro artículos clave de la relación Revolución-Constitución: Estado, iglesia, ejido y trabajo y próximamente el de los  recursos energéticos.

Reviste especial importancia, que a más de un siglo  del inicio de la Revolución Mexicana, el país arrastra muchos rasgos similares a los prevalecientes en 1910, recesión económica, desempleo, pobreza, marginación, desnutrición, inseguridad, violencia, aunado a problemas de salud, medio ambiente, educación, vivienda, así como explotación y exclusión social.

En suma si se va a juzgar la revolución de  acuerdo con las esperanzas de justicia social de la gente, el veredicto es de fracaso. Si a la Revolución Mexicana se le juzga en relación a los beneficios producidos después de su culminación, es  indudable que cambiaron muchas cosas, pero no se resolvieron los problemas de fondo.

En definitiva la Revolución Mexicana, fue una revolución inacabada, la denominación es una exageración, pues no concluyó con una transformación de las condiciones económicas, políticas, ni sociales prevalecientes en la dictadura porfirista, en el México actual aun subsisten las diferencias sociales, políticas y la desigualad, porque no hubo el cambio total que se implica “revolución” sino que derivó en una sangrienta lucha por el poder.

[email protected]

Twitter: @luiscarrs

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