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¡Aquí estamos!

2 mayo, 2013
in Editoriales
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¡Escucha Israel…!

Lic. Francisco Javier Álvarez de la Fuente

[email protected]

En una reunión con el nuevo párroco de San Agustín, Fray Miguel López Martínez O. S. A., hizo la pregunta de ¿Cuál era el primero de los Mandamientos?, lógicamente todos nos fuimos con lo conocido desde pequeños, y dijimos “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas”, y nos habló de lo que señala el Santo Evangelio Según San Mateo se establece: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?» 12:29 Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; 12:30 y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas.

Y de esa lectura que después me propuse a hacer y a buscar la concordancia con lo dicho en otras partes de la Biblia, y lo dicho por otros estudiosos y teólogos, podemos llegar a la conclusión de que el primer mandamiento que Dios dio al pueblo de Israel fue: “Escucha Israel”.

La fe de Israel se inicia con estas palabras de Moisés al pueblo elegido: “Escucha Israel”. La importancia de esta frase está en la credibilidad de quien las pronuncia, que deberá ser correspondida por la docilidad de quien la oye. Deuteronomio 6:4 Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. 6:5 Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. 6:6 Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy.

La historia del pueblo de Israel está plagada curiosamente no de oídos sordos, sino de oídos que prefieren prestar atención a otras palabras: «este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está muy lejos de mí». Y es que el pueblo judío vivió siempre como un islote en medio de un mar de culturas con un mensaje radicalmente distinto al que Moisés propone a su pueblo.

Siglos más tarde, el apóstol Pablo escribirá a los cristianos de Roma en este mismo sentido, diciéndoles que «la fe entra por el oído». Si no abrimos el oído, en el sentido de que si no abrimos el corazón, la palabra de Dios no es acogida y, por lo tanto, no encuentra la respuesta adecuada, que llamamos fe.

La situación que predomina en estos tiempos que vivimos, más que de sorda, podríamos calificarla de aturdida y, como consecuencia, de confusa. Son tantas las voces que llegan a nuestros oídos; son tantos los mensajes que se cuelan en nuestra vida sin pedir permiso, que nuestra mente y nuestro corazón están saturados de voces contrapuestas que resulta muy difícil distinguir. El mismo pluralismo, que en sí mismo es positivo, confunde a muchos que no tienen capacidad crítica para discernir. Un pluralismo, sin formación seria, es un verdadero peligro.

Ante el acopio de tantas voces tan dispares, sentimos la tentación de seleccionar la que se presenta con la fuerza de la verdad, sino que elegimos la que más nos puede agradar en un momento concreto, aunque, después, elijamos la contraria. Caemos así en una dictadura subjetivista en la que la verdad se somete a mis gustos o intereses del momento, en lugar de ajustar mi vida a una verdad objetiva y permanente. Tal situación nos lleva, en el mejor de los casos, a sustituir el diálogo por el consenso, lo cual equivale a renunciar a lo más noble del ser humano: la búsqueda de la verdad.

Todo esto, y mucho más, supone un obstáculo no pequeño para la Iglesia a la hora de llevar a cabo su tarea evangelizadora. Hoy, más que nunca, debemos preguntarnos: ¿qué debe hacer la Iglesia para que su voz sea no sólo oída, sino escuchada? Es evidente que desconozco la respuesta ‘del millón’, pero una aproximación a ella debe venir por una mayor coherencia en la vida de los creyentes. Esta coherencia tiene dos manifestaciones esenciales: amor fraterno y unidad sincera.

Y para hacer lo que a nosotros corresponde como hijos de Dios, de “escuchar” esa Voz y ponerla en práctica… ¡aquí estamos!

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