“PIDAMOS POR LAS VOCACIONES…”
Lic. francisco Javier Álvarez de la fuente
En el evangelio del domingo segundo del tiempo ordinario, Juan el Bautista cumple su misión llevándola hasta el final, cuando remite a sus propios discípulos a Aquel que es mayor que él, y ante el que él tiene que ceder y hacerse pequeño.
Las postreras palabras proféticas de Juan señalan a Jesús no sólo como el Mesías, sino como el “Cordero de Dios”, con lo que da ya a entender el sentido sacrificial y no triunfante de este mesianismo.
Este detalle nos hace entender por qué es tan difícil escuchar las palabras de los profetas auténticos, que nunca nos regalan los oídos; pero también por qué es tan importante prestarles atención: sin ellos no nos sería posible (o, al menos, nos resultaría muy difícil) discernir la presencia del Señor, descubrir su Palabra.
Estas mediaciones son imprescindibles y no siempre dependen de la calidad moral o de la santidad del mediador: El 2 de febrero, como cada año, la Iglesia celebrará la Jornada de la Vida Consagrada. Buena ocasión para dar gracias a Dios por el don de más de un millón de personas que siguen este camino.
¿Qué les identifica? El hecho de haber percibido –nunca sin un deje de misterio– un llamado divino. Por eso responden y entregan su vida por entero para servir a Dios y a los hombres. Quieren un mundo distinto, y están convencidos de que el mejor camino para conseguirlo es que Dios se haga presente en él.
¿Qué les distingue? El formar, en el gran cuerpo de la Iglesia, parte de diversas familias religiosas: órdenes, congregaciones, institutos y movimientos apostólicos. Todos buscan el mismo fin, pero con diversos medios, cada uno según el carisma recibido de Dios a través de sus fundadores.
Algunos están en la primavera de la vida; otros han recorrido ya largos años, repletos de satisfacciones y alegrías, de sacrificios y fatigas. Algunos se dedican principalmente a rezar y son así como el motor y el alma de los que trabajan activamente en el gran campo de la humanidad. Otros consagrados, religiosos y religiosas realizan una labor muy valiosa, insustituible, en la evangelización, la educación, la atención de los pobres y los enfermos… Pero valen, sobre todo, por lo que son.
Los consagrados son como grandes cirios que calientan y alumbran. Derriten el hielo que divide a los hombres y les impide amarse. Iluminan tantas vidas, hogares y sociedades que viven a oscuras y caminan a ciegas. Pero no sólo eso. También queman y expanden su fuego. Forman cadenas de auténtica humanidad, de amor, de unión y paz.
Y así, pasan sus días haciendo el bien aquí y allá. Como todo cirio, mientras calientan y alumbran esta tierra, se van consumiendo. Hasta que un día, después de gastar e invertir sus años y sus fuerzas por el bien de otros, se apagan. Entonces –podemos estar seguros–, descansan en paz y reciben su recompensa. Se encuentran con el Señor a quien ya en esta tierra buscaron amar con todo su ser.
Se apagan, pero no pasan. Como el cirio que deja una marca de cera, imprimen una huella indeleble en muchas almas, en muchas vidas. Se consumen, pero su luz sigue brillando porque con su mirada, sus palabras, su presencia, encendieron muchos otros cirios para que continuaran su obra.
La luz de estos cirios no es propia. Alguien los encendió. Ese Alguien quiere arder en nuestro frío mundo, y busca personas que se quieran dejar encender con el fuego del amor.
Pidamos al Señor, al dueño de la mies que mande cada día más mediadores, más consagrados y consagradas, más cirios de los que no se apagan, más pararrayos, que sigan intercediendo por nosotros, para que llegue la paz que tanto anhelamos puesto que para ello, para pedir por las vocaciones sacerdotales y religiosas …¡Aquí estamos!