“Vivir desde la esperanza”
Lic. francisco Javier Álvarez de la fuente
La vida de cada hombre es, simplemente, un camino de esperanza puesta en acto.
¿Qué esperamos? Esperamos terminar los estudios, encontrar trabajo, formar una familia. Esperamos la llegada de los hijos, verlos crecer sanos y buenos. Esperamos ir de vacaciones, o acoger al abuelo que viene a visitarnos, o encontrar a un amigo enfermo. Esperamos que mejore la situación de la propia nación, que terminen las guerras, que desaparezca el hambre de los niños.
Toda nuestra vida avanza desde grandes y pequeñas esperanzas. “A lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los periodos de su vida. A veces puede parecer que una de estas esperanzas lo llena totalmente y que no necesita de ninguna otra. En la juventud puede ser la esperanza del amor grande y satisfactorio; la esperanza de cierta posición en la profesión, de uno u otro éxito determinante para el resto de su vida” (Benedicto XVI, encíclica “Spe salvi” n. 30).
Pero siempre hay algo que sucede que no nos deja en algunos casos alcanzar esas grandes o pequeñas esperanzas, porque en la vida el ser humano únicamente tiene algo seguro que es la muerte, no sabemos dónde, cuándo ni a qué horas, pero de que llegará de eso si estamos seguros pero desgraciadamente nunca nos preparamos para afrontarla, nosotros mismos y menos aún cuando un ser querido es el que se nos adelanta en ese camino a la casa del Padre y nos deja una extraña sensación de vacío en el alma.
Las esperanzas de aquí abajo pasan rápido, están heridas por una imperfección profunda. Ciertamente, son necesarias: sin ellas no daríamos ningún paso. Pero no bastan. Nada en esta tierra es capaz de llenarnos por completo.
Nuestro corazón está enfermo de infinito, de un amor y de una vida que no acaben y que no cansen. Nuestra mente se abre continuamente a nuevas fronteras y a más esperanza, a la “gran esperanza”. La verdadera meta es una, maravillosa, eterna: Dios.
“Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto” (Benedicto XVI, “Spe salvi” n. 31).
Miramos al cielo y buscamos una “gran esperanza”, una mano, una mirada, un corazón humano en el Dios bueno. Un corazón que nos acoge, nos levanta y nos ama infinitamente, en el tiempo y en lo eterno.
Ojalá que esta breve reflexión logre llenar un poco esa sensación de vacío en el alma de los padres de José Miguel Vizcarra Cantú, Camila Cantú Gutiérrez y Alejandra Nava Cárdenas, y que nunca olviden que sus hijos ya están con el Creador y que ellos seguirán viviendo en esa esperanza la “gran esperanza”. La verdadera meta que es una, maravillosa y eterna: Dios.
Y para seguir orando por aquellos que en ese accidente se vieron lesionados como es el caso de Mariana Villarreal Pedraza, para que pronto se restablezca y sus papás, de todos ellos, alcancen pronto el consuelo que solo se obtiene con Dios Nuestro Señor… ¡Aquí estamos!