“Los católicos, la política y la Nueva Evangelización”
Lic. francisco Javier Álvarez de la fuente
Quisiera comenzar con dos afirmaciones preliminares de principio.
La Iglesia no es, ni podría transformarse nunca en un sujeto político. Como afirma el santo padre Benedicto XVI “perdería su independencia y autoridad morales identificándose con una única vía política y con posturas parciales y opinables”.
La Iglesia no está llamada a la formación de partidos: se transformaría en una religión civil. La Comunidad cristiana, sin embargo, está llamada a formar en Cristo hombres nuevos, capaces de hacer nueva incluso la política; hombres y mujeres de corazón nuevo, capaces de hacer nuevo el corazón de las instituciones políticas.
Si el “Verbo se hizo carne”, esta “ley del amor” sirve también para la política e influye también en la conciencia de los laicos cristianos; nos empuja a afirmar de nuevo nuestra fe en los contextos sociales en los que Cristo no está, se ha descuidado o se ofende.
Por lo demás, el papa Benedicto XVI es muy explícito: “No hay ningún ordenamiento estatal justo que pueda hacer superfluo el servicio del amor. Quien quiere desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto a hombre”.
Por tanto, la construcción de la civilización del amor nos interpela. Nos incumbe a nosotros poner en el contexto y los sufrimientos del mundo de los hombres y de las instituciones la semilla de la vida nueva, de un nuevo amor de Dios que “se revela en la responsabilidad por el otro”.
Nos corresponde a nosotros discernir lo que hemos de hacer y cómo debemos hacerlo para que el mensaje social de la Iglesia, su Doctrina Social, no se devalúe o sea ignorado, en primer lugar en la formación de muchos cristianos.
Tenemos, en la Doctrina Social de la Iglesia, un punto de referencia unitario de juicio sobre la realidad social, un pensamiento que conjuga fe y razón en virtud de la verdad que contiene.
Es imprescindible la nueva evangelización de la política, para liberar nuestro tiempo del espíritu del error que, con el poder del engaño, está cambiando la medida divina del hombre y su destino eterno, multiplicando sin descanso las estructuras de pecado.
Veo dos grandes retos de fondo en el compromiso de los católicos en la política.
El reto de la nueva evangelización de la política es impedir que sea marginada nuestra fe cristiana en la vida pública de las naciones.
Como recordó Benedicto XVI, “la Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer” y no pretende “entrometerse en las políticas de los Estados”. “Comunidad Eclesial” y “Comunidad Política” son realidades distintas, con representaciones diversas, pero que deben volver a dialogar.
Nosotros podemos conseguir que este diálogo, si ha sido interrumpido, se restablezca y sea fecundo, creíble, que vuelva a poner al hombre en el centro, en una sociedad a medida del mismo, para conseguir un desarrollo humano integral. No podemos permitir que nuestra laicidad cristiana se calle, que sea relegada a la esfera privada.
San Agustín nos advirtió: “No reduzcáis el Evangelio a una verdad privada para no ser privados del mismo”. Es inaceptable que, en muchas naciones “los creyentes deban suprimir una parte de sí mismos –su fe- para ser ciudadanos activos”. No debería ser necesario renegar de Dios para poder disfrutar nuestros propios derechos; todavía más grave es “¡Dar a César lo que es de Dios!”.
En conclusión, considero que nunca habrá un tiempo más favorable que este para la nueva evangelización, después del vacío producido por la caída de las grandes ideologías. “El nuestro es un mundo que debe ser creado nuevamente con confianza en el pensamiento cristiano”, afirmaba en el exilio, el gran sacerdote y estadista, Luigi Sturzo.
Somos la primera generación del primer siglo del tercer milenio. En nosotros recae una responsabilidad tremenda, única: ¡introducir a Cristo en este nuevo milenio de historia cristiana! Nos recuerda san Juan Crisóstomo: “Si eres cristiano es imposible que no dejes tu huella en el mundo; si eres cristiano es imposible que no produzcas efecto. Es contradictorio decir que un cristiano no puede hacer nada por el mundo, así como lo sería si dijésemos que el sol no puede dar luz”. Y para poner lo que esta de nuestra parte para lograrlo …¡Aquí estamos!