LA HOSPITALIDAD
Lic. Francisco Javier Álvarez de la fuente
A propósito de la época en que estamos viviendo donde la mayoría de las personas, que trabajan en las oficinas gubernamentales estatales y en el magisterio y sobre todo los estudiantes, se encuentran gozando de un período vacacional, unos por dos semanas otros por más tiempo, pero todos disfrutando un merecido descanso, es por ello que me voy a permitir comentar algo sobre lo que fue, lo que es y lo que debe ser la hospitalidad.
La hospitalidad es la virtud que “nos induce a dar techo y alimento a las personas que lo necesiten”.
Es tratar a los demás con respeto y dignidad, con importancia de invitado de honor en nuestro hogar, sea quien sea.
Es abrirle las puertas a alguno de una parte de nuestro mundo.
En la antigüedad clásica, ya la hospitalidad brindada al extranjero que pedía asilo y amparo era considerada como muestra de civilización, como una virtud y un deber.
El Nuevo Testamento aporta una profundización teológica al concepto de hospitalidad.
La vida de Jesús fue una constante petición de alojamiento. Desde horas antes de su nacimiento en Belén, pasando por otros muchos momentos en que le vemos solicitar acogida en casa como la de Zaqueo o la de Lázaro. Su mensaje también es un canto a la hospitalidad.
A partir de ahí, la hospitalidad será la obra de misericordia que los buenos cristianos estarán obligados a practicar con sus semejantes más menesterosos. Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al peregrino, que son las tres necesidades básicas de un forastero: la de alimentarse, la de hidratarse o beber y la del descanso o pernoctar.
En la Edad Media comienzan las grandes peregrinaciones en Europa identificadas mayormente con el camino de Santiago de Compostela. Toda la asistencialidad la enseña especialmente la Iglesia. Obispos, abades, condes, duques o reyes y hasta la gente común, acudían a Compostela desde lugares lejanos. Eran peregrinos que viajaban con comitiva y a caballo, con recursos y protección propia.
San Benito, en el siglo VI, la gran figura monástica de la Edad Media, había dicho una y otra vez que la hospitalidad tenía que ser la primera virtud de los monjes. Esto queda definido en sus reglas: “A todos los huéspedes que se presenten en el monasterio ha de acogérseles como al mismo Cristo en persona, porque Él lo dirá un día: “Era peregrino y me hospedasteis”. El comentario de la Regla especifica: “Que a los peregrinos se les saldrá a recibir con una muestra de sincera caridad saludándoles con una humildad profunda. Una vez acogida, se leerá ante ellos la ley divina y luego se les obsequiará con todos los signos de la más humana hospitalidad”.
La hospitalidad es abrir su propia casa, su propio mundo al prójimo. No depende de los bienes económicos, sino de la actitud generosa y receptiva para con el otro.
Es el recibir compañeros de deportes en nuestras casas cuando vienen a competir y se trasladan de una ciudad a otra por unos días. Es la que pasará por el hotel donde se alojan y les preguntará como están organizados para desplazarse, si tiene contratados vehículos o si prefieren que los pasen a buscar. Es la que, (si puede), los irá a buscar a la estación de ómnibus, de tren o al aeropuerto, y los despedirá también ahí, lo que es tan agradable.
Es el que dejará de lado lo suyo para hacer sentir al otro que es importante, que es bien recibido, honrado y apreciado. Es el que abre su casa con facilidad y generosidad para todas las reuniones familiares. Estas son actitudes de hospitalidad adaptadas a la vida moderna. Hay gente que siempre tiene en la boca: “Lo organizamos en casa” y no necesariamente son los que más medios tienen. Simplemente son los que piensan en los demás y comparten lo que tienen, aunque sea unos momentos para que el otro se sienta bien recibido, como el ejemplo del club.
En nuestra Patria que nació católica, esta virtud estuvo muy arraigada. Otra costumbre natural en el campo era el levantar a las personas en la ruta para trasladarlas de un lado a otro. Conocemos infinidad de maestras rurales que han trabajado años de esta manera, habiendo sido transportadas a las escuelas por la gente que transitaba por las rutas y las llevaba.
Todo esto estuvo en vigencia hasta hace pocos años. Hoy, el temor y hasta el miedo ante la inseguridad reinante, la violencia, los ladrones que ya no saben robar sino matan, la droga tan dramáticamente extendida en la sociedad convierte en una gran falta de prudencia abrirle las puertas a cualquiera y hacerlo pasar o levantarlo en la ruta para trasladarlo de un pueblo a otro.
Lamentablemente la prudencia nos exige limitarnos, encerrarnos y protegernos de esta sociedad violenta que ha engendrado la revolución anticristiana. La hospitalidad entonces tendremos que limitarla solamente a la gente que conocemos y nos es familiar, pero en esos casos sí deberemos ejercitarla.
Ojalá que ésta sana costumbre que proviene como ya dijimos desde tiempos inmemoriales pero sobre todo como una costumbre meramente católica cristiana, continúe y se ejercite en estos tiempos donde mucha gente se encuentra peregrinando o como viajero en los caminos de Dios y para ver que eso suceda y poner nuestro granito de arena…¡Aquí estamos!