Luis Lauro Carrillo.
LA IZQUIERDA MEXICANA
Los triunfos en los últimos años de la izquierda en Latinoamérica, los hechos lo están demostrando que puede ser una alternativa confiable.
Y, si de Brasil se trata, su gobierno ha establecido un modelo atractivo para otros países que buscan avanzar a una etapa superior de desarrollo económico, social y político, y que desean hacerlo con un crecimiento sostenido que permita a la vez acceso a los beneficios para la mayoría de los ciudadanos.
No hubo mayor preocupación, ni se dieron fuertes cuestionamientos en los centros de poder político y financiero de Estados Unidos y de Europa por el ascenso al poder por la vía democrática de Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y recientemente Dilma Rousseff en Brasil.
La izquierda política, es un concepto que considera prioritario el progresismo y la consecución de la igualdad social por medio de los derechos colectivos, frente a intereses netamente individuales o privados y a una visión tradicional de la sociedad, En general, tiende a defender una sociedad aconfesional o laica, igualitaria y multicultural.
En México los militantes y simpatizantes del PRD, PT y Convergencia tienen claro, al menos, que son de izquierda, pero no hay el consenso qué significa ser de izquierda hoy, ni cuál izquierda es la que quieren.
Con tantos y tan disímbolos modelos de izquierda tampoco no es raro que Convergencia y PT prevalezca el dogmatismo y el autoritarismo y el PRD sea un partido tribal. El problema es que ni siquiera al interior de cada tribu hay claridad del proyecto ideológico, mucho menos del proyecto de país.
Antes de definir qué izquierda desean, tienen que saber qué país se quiere. Lo que debe construirse es una izquierda en función del país que es y del que se pueda ser, no del país que pudo ser y del que se quisiera haber sido.
México es, por ejemplo, un país fundamentalmente urbano; sin negar ni ocultar los graves problemas del campo, la realidad de México es hoy urbana y en los próximos años lo será aún más. La economía mexicana está ahora orientada hacia América del Norte.
El discurso latinoamericanista puede sonar romántico, pero el futuro inmediato de México no debe de estar únicamente vinculado directamente con Estados Unidos y Canadá, aun cuando el TLC está aquí, sino también al Mercosur y la Unión Europea aunque estén a decenas de miles de kilómetros de distancia.
El gran problema de México, en eso parece haber consenso, es la desigualdad e inequidad social. El reto es cómo incorporar a 50 millones de mexicanos a niveles mínimos de bienestar. Durante 25 años gobiernos de derecha, tres del PRI y dos del PAN han intentado hacerlo con más complejo de culpa que con políticas públicas eficientes.
Los resultados han sido fatales. Los niveles de pobreza se han incrementado las políticas asistencialistas son paliativos y si no ha crecido más con riesgo de un estallido social, es por la migración, la economía informal y el crimen organizado.
Los gobiernos populistas priistas, esos que quiere restaurar López Obrador no sólo no fueron más eficientes al enfrentar este problema, sino que Echeverría y López Portillo convirtieron al sistema en una verdadera fábrica de hacer pobres.
Lo que uno esperaría de una izquierda moderna es un planteamiento para resolver el tema de la pobreza en el mediano plazo, no planteamientos simplistas, ni aspirinas o similares.
Entonces los reflectores se centrarán en dilucidar si Marcelo Ebrard Casaubón o Andrés Manuel López Obrador en el hipotético caso de ganar las elecciones su gobierno mirará a Brasil, o si volteará hacia Cuba y Venezuela.
Dentro de los logros del gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva destacan la reducción de la desigualdad social, prácticamente se erradicó el desempleo y logró un crecimiento económico sostenido, que coloca hoy a Brasil como la octava potencia económica mundial.
Retomando el tema de la izquierda mexicana, lo que no queda claro qué país quiere construir, tiene, más o menos claro qué país sueña. Pero la diferencia entre soñar y construir es la diferencia entre la quimera y la utopía; entre la infancia y la madurez.
Mientras que la izquierda petista y convergencista con López Obrador al frente no tenga claro qué país quiere construir vivirá a expensas de que aparezca otro o el mismo líder mesiánico y carismático que le dé votos y posiciones de gobierno y aniquile la endeble estructura partidista.
Entre tanto, la izquierda perredista con Marcelo Ebrard aunque no conozcamos el proyecto de nación que se propone desarrollar, representa una alternativa política de izquierda democrática. Algunos rasgos ideológicos de Marcelo son similares a los de la brasileña Dilma Rousseff que abriga expectativas para impulsar un modelo económico con crecimiento y justicia social.
La estrategia del gobernante capitalino, para desmarcarse de AMLO, parece estar bien definida, en los próximos días veremos de qué manera diluye la sombra del tabasqueño.
La encuesta en vivienda de Buendía & Laredo de febrero de este año, arrojo los resultados siguientes: Cordero del PAN, 17%; Peña Nieto, del PRI-PVEM, 41%; Ebrard, del PRD, 10% y, AMLO, por el PT-Convergencia, diez por ciento: con dos candidatos, si hoy fueran las elecciones la izquierda se partiría en dos pedazos iguales.
En definitiva el país requiere de una izquierda, moderna, democrática que consolide algunos logros de los gobiernos priístas y panistas, logre los consensos que permitan reformas estructurales a fondo, para impulsar el crecimiento económico con equidad y énfasis social; y la presentación del programa que servirá como hilo conductor para que la economía genere empleos y mayores ingresos en el corto y mediano plazo.
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