Cd. Victoria, Tamaulipas.- Cuando llegó a ciudad Victoria hace poco más de 15 años, el hombre se convirtió en la sensación de las mujeres victorenses, no viejas pero sí maduras, así estuvieran casadas, dejadas, madres solteras o divorciadas.
El tipo también era maduro y las atraía como moscas; fornido él, preparado, sin compromisos y un detalle más: Pocos sospechaban de su afición por las damas de buen ver y mejor tocar.
La fama suya, de él, pronto cundió entre los varones y llegó a decirse que tenía los gustos culinarios del león: “Agarrar parejo, carne y hueso”.
Por aquellos años se le conocieron varias aventuras, pero en una, como dice la terminología de los enamoramientos, “se clavó” como si fuera un juvenil en su primera calentura.
Claro, como ella era una dama comprometida, pronto la voz comenzó a correrse de un lado para otro, entre los varones y las hembras por igual. El chisme sobre aquel amorío hacía persignar a las damitas de la vela perpetua y maldecir de envidia a las que lo deseaban.
Los medios de comunicación, casi a diario, comentaban sobre el ingreso furtivo de aquel individuo, todo vestido de negro, a hoteles de paso de las afueras del pueblo….Y no tan afuera.
Había llegado a pie, pero aquí le entregaron, regalada, en comodato o como se quiera llamar, una camioneta último modelo de la línea Silverado.
Por aquellas fechas, un colega suyo le comentaba al periodista sobre el origen del vehículo:
-Me dijo: Quiero comprar un carro… pero le comenté: No´ hombre! Usted espérese y verá! Yo se lo consigo!.
Y así fue, como por arte de magia, que le llegó el vehículo, y dos años después otro y así sucesivamente cada determinado tiempo (dejando el usado).
De hotel en hotel –siempre según la versión de los columnistas- se pasaba los días aquel hombre pasional que provenía de por allá del norte del país y había sido comisionado al centro de Tamaulipas a cumplir con una nueva chamba.
Su antecesor se había retirado en mal estado de salud (finalmente, falleció a las cuatro y media de la mañana del tres de abril del año 2000 en el estado de Morelos).
A nuestro hombre enamorado le combinaba muy bien su pasión pecaminosa con la chamba, en la que nunca ha tenido horario y, al contrario, su voluntad para cumplir con una jornada se toma como divina. No tiene jefes ni quien lo moleste.
Pasaron los meses y una lluviosa y fría noche de diciembre de 1998, los reporteros policíacos bailaban en una pata porque traían en sus libretas y cámaras la nota “de ocho”.
Al día siguiente –se decían-, no quedaría periódico “ni para el archivo”.
Como a las diez de la noche del Día de la Virgen de Guadalupe, nuestro hombre atropelló y dio muerte a un lugareño del ejido El Olivo, correspondiente a la municipalidad del corazón de Tamaulipas.
La noticia cundió y el escándalo también, porque el conductor, siempre vestido de negro, dejó a su víctima en la carretera y emprendió la huida, que para terminar de cumplir con las labores del día que su chamba le obligaban.
Pero antes movió sus hilos e influencias. Demostraría que tenía (tiene) magníficas relaciones con el poder político, tanto como para no aparecer en la nota roja de los periódicos y pasquines del día siguiente.
Y así fue, del centro del poder aterrizaron las llamadas a las redacciones y los reporteros de policía se pasaron a joder y regresaron a la barandilla a tomar fotos a los borrachos, “para llenar”.
Días después del homicidio, la gente se preguntaba ¿De dónde venía a las diez de la noche? ¿Por qué manejaba como Demonio? ¿A dónde pretendía llegar con tanta rapidez? Dicen que provenía solo desde un municipio del centro, pero ¿qué hacía allá?.
Quedó demostrado que la influencia era real y no cuentos, y así lo entenderían los jefecillos de los medios masivos –radio, prensa escrita y televisión-, a quienes no hubo necesidad de volver a llamar en otros incidentes de este conductor alocado, de quien se dice le encanta empinar el codo.
Años más tarde hizo víctima a otro campirano, ahora por la carretera a Monterrey, frente al ejido Benito Juárez, y sí, sí acudieron los fotógrafos y reporteros, pero ya no se hicieron la ilusión de que tenían en la bolsa “la nota de ocho” y al día siguiente no quedaría papel “ni para el archivo”.
Pasaron los años y la opinión pública victorense perdió su capacidad de asombro sobre nuestro hombre. Sus vicios privados se hicieron virtudes que otros habrían tratado de igualar sin éxito. El era, es único e inigualable.
En esos años le dio rienda suelta a sus pasiones mundanas de liviandad, pero haciendo las cosas mejor, como Dios manda, fuera de las molestas miradas de envidia, sin frecuentar los hotelillos de paso y sin manchar su piel y la de ellas con sábanas utilizadas por otros pecadores.
Hoy, en nuestros días, doce años después de sus primeras “heroicidades”, se vuelven a tener noticias de ese hombre al que le fascina lo negro y provoca el alarido de las mujeres maduras (los años no pasan sobre su físico)
Claro, no es culpa de él que vayan a caer a sus brazos, pero… Mejor nos vamos.