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7 septiembre, 2011
in Editoriales
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¿RAZON  VS  RELIGION?

Lic. francisco Javier Álvarez de la fuente

[email protected]

A la vista está que lo religioso es hoy objeto de un fuerte ataque para reducirlo al interior de las conciencias, y si es posible, que las conciencias lo rechacen como mercancía averiada. No es nada nuevo. Los ilustrados del siglo XVIII pretendieron sustituir la universalidad de la religión por la universalidad de la razón.

Con una confianza absoluta en la razón del hombre proclamaron a la Razón como señora y maestra que iba a liberar al mundo de tiranías y que la persona humana no estaría sometida a otras leyes que las que ella se diera a sí misma. La Iglesia como representación de lo religioso eran los enemigos a abatir y a ello se dedicaron con fruición.

Nuestros “modernos ilustrados” tratan de continuar la obra de aquellos sin tener en cuenta que los sueños de la razón resultaron en buena parte desmentidos y crearon monstruos espantosos.

Hijos de aquella razón fueron los totalitarismos y los socialismos, como formas racionales de organización social, cuyas trayectorias de muerte y servidumbre no pueden ser silenciados.

La razón sujeta a intereses pierde su carácter liberador de la persona. La racionalidad no parece ser un patrimonio en manos de todo ser humano que nos lleve, como la mano oculta del liberalismo económico, a una organización social eficiente pero también justa. Pero ¿quién decide lo que es justo?

Excluido de principio el recurso a cualquier trascendente se ha buscado en el consenso la fundamentación de una moral, aunque sea mínima, para organizar la convivencia.

Pero entiendo que el consenso no es suficiente para obligar a todos. Los que no se han sumado al mismo nunca se sentirán concernidos. Incluso los que pueden haber aceptado una norma moral adoptada por consenso, la dejarán incumplida si va contra sus intereses y no les representa una desventaja social. Las normas morales fundadas en la decisión de cualquier Congreso necesitan un aparato penal y coercitivo para hacerlas efectivas.

¿Qué legislación puede obligarme a amar al prójimo? ¿Qué norma puede obligarme a socorrerlo voluntariamente?

Otros defienden la razón indicando que todos los fallos que se han detectado y puesto de manifiesto, ha sido la razón misma la que los ha mostrado. Por tanto

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