Santa Engracia.- Al igual que hace 65 años, todos los días Demetrio Díaz Avila enciende el carbón de su forja para comenzar la rutina de «chambas» de herrería que le dan el sustento suyo y de su familia.
Se define así mismo como un herrero forjador, «que es el que se encarga de dominar el fierro, el que calentamos, lo estiramos, cortamos y amoldamos para lo que se necesite», comenta allí frente a su ayudante Víctor Herrera, quien es el encargado de mantener vivo el bracero o taza, como se le conoce.
Demetrio es el único herrero que queda en la comarca y a muchos kilómetros de distancia, el que elabora lo mismo cinceles y martillos, el que «calza» azadones, rejas de arado, picos, barras, hachas y todo lo que el cliente pida.
Su técnica es la misma utilizada por los de su oficio desde hace cientos y tal vez miles de años, cuando la soldadura no existía.
Aunque hoy elabora también cruces para los difuntos y protecciones para ventanas, a través de soldadura eléctrica, comenta que su fuerte es la forja al rojo vivo.
Frente a nosotros, calienta un hierro que le agregará a una hacha para darle vida más útil y eficiente, pues dice que las provenientes de fábrica muchas veces no traen buen temple, y ni filo agarran.
-A veces traen fierro dulce y duran muy poco, por eso les agregamos, para que duren.
Las chamba le cae de todos los ejidos de Hidalgo, Guemes, Padilla y hasta de Victoria, donde existen todavía arados de la época del caldo cuyas rejas necesitan afilarse.
En otros tiempos, para las rejas, no se utilizaba soldadura, sino que se las ingeniaban para hacer «amarres» y que siguieran en vida útil.
Demetrio está por cumplir los 76 años de edad (este 22 de diciembre), de los cuales casi 62 los ha dedicado al trabajo de manejo del fierro al rojo vivo.
Comenzó allá por 1948 cuando apenas andaba en los 14 y su familia quería que aprendiera un oficio que lo alejara algo de la dura tarea en la siembra de labor, allá por el municipio de San Carlos, donde nació y se crió.
Y sí lo aprendió, tan bien que sigue en lo mismo y le da para mantenerse.
A lo largo de esa actividad ha tratado que muchos jóvenes aprendan el oficio, que se introduzcan en el manejo del fierro pero no lo ha conseguido, ni tampoco los padres que le envían a sus muchachos.
«Como decía un amigo: Es que las mujeres ya no quieren parir herreros, sino puros doctores, licenciados, ingenieros», comenta a son de broma.
-Me han dicho: Te voy a mandar un muchacho para que lo enseñes, pero no, no vienen.
Y es que la chamba es dura por el calor de la forja y los golpes del fierro sobre el yunque para moldear.
FABRICA LOS GANCHOS HENEQUENEROS
El hierro candente le dio a Demetrio para mantener y educar a sus nueve hijos, siete mujeres y dos varones, que hoy son profesionistas todos, de profesores para arriba.
-Ya tengo 25 nietos y seis o siete bisnietos, confiesa con orgullo sobre el crecimiento de la familia.
-¿A ninguno le gustó la forja?.
-No. Ya les di estudio y se fueron.
La época de oro del herrero forjador fue durante el florecimiento del henequén en el centro de la entidad, pues aprendió a confeccionar la herramienta para el corte de la hoja y los quiotes.
Cuando a principios de la segunda mitad del siglo pasado llegaron a funcionar hasta 80 desfibradoras en Victoria, Casas, Guemes y Padilla, Díaz Avila fabricaba entre 80 y 90 ganchos por semana que le solicitaban, o bien los cortadores o los patrones, «sobre pedido».
«Todavía los hago, pero poco los piden», manifiesta el herrero, mientras muestra uno recién elaborado, que tiene la especialidad de cortar quiotes (es más grande que el de hoja), y que le encargaron de allá por el ejido Rancho Nuevo, donde funciona una desfibradora.
«Aunque no hay mucho trabajo, seguido hacemos ganchos para chapoleo», reitera mientras sigue con la confección del agregado para sus piezas.
Su experiencia tiene tantos años que llegó a elaborar arados sin utilizar el taladro, sino punzones que hacían la misma función cuando el fierro se ponía al rojo vivo.
-En el día cortaba y hacía los agujeros y en la noche armaba.
Era tanta la demanda que siempre tenía entre 15 y 20 arados para elaborarlos, «y ahora no, puro tractor».
Recuerda que su negocio («a un lado de las monjitas») era prácticamente un mercado al concurrir decenas de clientes a solicitar trabajos, pues en la región de Santa Engracia la agricultura se realizaba con arados de tracción animal y no con tractores como hoy.
La limpieza de parcelas era por azadón o talache, lo mismo que los desmontes con hacha y los desenráices.
-¿La materia prima que utiliza?
-Bueno, muelles de vehículo, discos, placas de fierro.
El carbón lo consigue por ahí, en tanto que sigue conservando herramientas como la clavera, punzones y moldes para formas.
Parte de su utilería es de marca en tanto que otras también fueron forjadas. Por ejemplo el yunque proviene de Suiza, aunque no se menciona la fecha de su fabricación.
Ahora, Díaz Avila da cuenta de su ingreso al oficio milenario.
«Me crié en un rancho del municipio de San Carlos, donde no había educación para mayores de 14 años», por lo cual su padre decidió que se fuera para otro lado a tratar de ganarse la vida.
«Si quieres aprender un oficio, en Santa Engracia tengo amigos», le dijo, y él, Demetrio, sin saberlo, se inclinó por la herrería.
Por eso fue a parar con el maestro Moisés García, quien por entonces era el único en la región.
Ahí estuvo de aprendiz por espacio de dos años, sin goce de un sueldo, que le permitió aprender todos los secretos de la chamba.
«Me dormía con un tío y salía oscurita la mañana al taller, y así me la pasé calzando rejas, aunque nunca dejé de ser aprendiz», reitera.
Un día, a la muerte de su madre, regresó a San Carlos de donde ya no pensaba salir.
«Fue entonces que el máistro Moisés me mandó llamar y me dijo que ya no sería aprendiz sino ayudante con un sueldo de cinco pesos diarios y no los cinco a la semana que tenía», sigue comentando.
Ya sobre la marcha, el nuevo máistro soldador se independizó desde 1953 cuando en la región había mucho trabajo: Rejas, fierros de herrar, cultivadoras (cardillas), arados, ganchos henequeros.